Pablo
Carreras debía rondar los cuarenta años, y tenía ese aire de triunfador que se
respira en cada detalle: su traje, su reloj, los complementos que había encima
de la mesa de su despacho… Su pelo engominado y peinado hacia atrás le daban
una apariencia de gigoló desfasado, de esos que te sonríen queriéndote decir
“aquí me tienes nena”, pensando que vas a caer rendida a sus pies. No sólo
dirigía aquella revista, sino que pertenecía a una de las familias más ricas de
la ciudad, y sus contactos entre la gente pudiente eran más que evidentes. Así
había creado Diamond Life, basándose en todo aquello que los de su clase disfrutaban
cotidianamente y el resto de la humanidad suspiraba al ver.
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